27.9.25

Mar Peris Silla. Las prisas

0. Yo y el diablo de las prisas

Sí, este libro trata del diablo de las prisas, los tiempos y las esperas; ese que, cuando se me aparece por cualquier parte en el día a día, me espolea y me empuja: más ligero!, más rápido!, acelera!, urgente!, pronto!...; aunque a veces las palabras y el tono puedan parecer más engatusadores y cívicos: responsabilidad!, efectividad!, más productividad!, sé ágil, dinámica!, más diligente!... Pero no me engaña. A fin de cuentas, con voz impostada o ruda, me exige la misma prisa. Si pongo atención, advierto que sus exclamaciones y susurros provienen casi siempre del interior de mi propia cabeza. Allí está metido ese diablo que, para su diversión, me nubla los ojos y me enreda con la urgencia y la impaciencia, poniéndome la zancadilla cuando atiendo de forma precipitada a su toque de diana. Y caigo, claro; es lo que tienen las prisas.


Principio de "Las prisas"
    

26.9.25

Ursula K. Le Guin. En el otro viento

Más al oeste que el Oeste
más allá de la tierra
mi gente está danzando
en el otro viento.

La canción de la mujer de Kemay



I
Enmendando el cántaro verde



Largas y blancas velas como alas de cisne llevaban al barco Vuelalejos a través del aire estival de la bahía desde los promontorios fortificados hacia el puerto de Gont. Se deslizaba sobre las tranquilas aguas del embarcadero, criatura del viento tan segura y graciosa que un par de pescadores cerca del viejo muelle le dieron la bienvenida con entusiasmo, agitando los brazos para saludar a los tripulantes y al único pasajero de pie en la proa.


Principio de "En el otro viento"
    

25.9.25

Piedad Bonnett. Ofelia

Hoy ha resucitado entre vejeces,
en una tela que bordó con sus manos.
Y no habría podido dejar un testimonio 
más íntimo
de lo que fue su estancia en este mundo,
que esas puntadas
bordadas con rigor en esa tarde lisa 
que fue la suma toda de sus tardes.
  
(Mientras escribo
oigo cómo crepitan sus pensamientos en una habitación imaginaria,
y cómo sus deseos van al aire,
cómo muda su piel, prisión perpetua,
mientras oye en la radio que los amantes sufren y escriben largas cartas.)
  
A veces 
su boca se tensaba
como si entre los labios sostuviera 
      cientos de pequeñísimas agujas.
   
O se elevaba al cielo, como un rezo,
el murmullo viscoso de su rabia.
   
Qué
sabía Ofelia del amor,
ella, que no fue amada,
   
y que no pudo hundirse en la locura,
ni inventarse canciones a la orilla del agua?
   
Creo que, como Emily Dickinson, sabía 
(aunque no tuvo huerto y en su tierra 
      baldía no crecieron las palabras)
que
todo lo que sabemos del amor
es que el amor es todo lo que existe.


De "Explicaciones no pedidas"
En "Poesía reunida"
   

24.9.25

Irene Solà. Canto yo y la montaña baila

Llegamos con las tripas llenas. Doloridas. El vientre negro, cargado de agua oscura y fría, y de rayos y truenos. Veníamos del mar, de otras montañas y de toda clase de cosas. Rascábamos la piedra de las cimas como la sal, para que no creciera ni la mala hierba. Elegíamos el color de las crestas y el de los campos, el brillo de los ríos y el de los ojos que miran al cielo. Cuando los animales nos vieron llegar se acurrucaron en lo más profundo de las madrigueras, unos encogieron el pescuezo y otros levantaron el hocico para captar el olor a tierra mojada que se acercaba. Lo cubrimos todo como una manta. Los robles y los bojes, los abedules y los abetos. Chsss. Y todos guardaron silencio porque éramos un techo severo que decidía sobre la tranquilidad y la felicidad de tener el espíritu seco.


Principio de "Canto yo y la montaña baila"
    

23.9.25

Saša Vegri. Reliquias

II

Desayuno en el regazo ordenado.
Es lo correcto,
es lo que corresponde,
es lo más adecuado.
Todo se ajusta bien.
Se ajustan los sentimientos,
se ajustan las palabras,
se ajustan las puertas y las ventanas.
Vos en camisa de franela,
yo frente a vos
(arena en el sur
cactus en el sur).
Y entonces qué. 
Comí el último bocado.
Apagarse el cigarrillo.
Miro el humo.
Mirás mi boca. 
Vos en camisa de franela,
yo frente a vos. 
Y entonces qué. 
Así de lento.
Así de rápido. 
Así para siempre.


De "Desayuno en el regazo ordenado"
    

22.9.25

Laura Pugno. No puede mentir

estrellas, caza furtiva,
lo no transmitido
y de ahí necesidad de lo oscuro,
para ver contra ello
resplandor de la luz condensado
más y más veces
   
hasta hacer un polvo
como de leche,
de lo perdido


En "Sombra escrita. Diecisiete poetas italianas (1970-1995)"
    

21.9.25

Josefina de la Torre. Cuando veo mi imagen reflejada...

Cuando veo mi imagen reflejada
en la luna impasible del espejo,
siento como me duele su reflejo
tan fiel a mi verdad enajenada.
   
Esta forma que late y se rebela,
un tiempo fue de amor y fue de vida;
y aún hoy, que huellas saben de su huida,
queda una voz para su luz en vela.
   
Pero un día vendrá el irremediable
que a este espejo me asome, ya acabada.
Y la raíz de fuego insobornable 
   
que crece en mi interior, aún no saciada,
conmoverá la cárcel indomable
con su llanto de ruina abandonada.


(Del libro "Medida del tiempo")


En "Mujeres del 27. Antología poética"
    

20.9.25

Alejandra Pizarnik. Vértigos o contemplación de algo que termina

Esta lila se deshoja.
Desde sí misma cae
y oculta su antigua sombra.
He de morir de cosas así.


De "Extracción de la piedra de locura"
En "Poesía completa"
   

19.9.25

Akane Sánchez de Mora Vidal. Día 17 - 2017-01-12 11:29

Hay breves momentos 
en los que pienso llamarle
para contarle lo destrozada que estoy 
desde que se ha muerto.
   
No soy capaz de eliminar su número
ni las largas conversaciones.
   
Cuando miro el WhatsApp, 
aún espero que me diga algo.
   
Qué tonta.


De "A orillas del Volga"
    

18.9.25

Kathryn Schulz. En defensa del error

1
La errorología



«Me enfurece equivocarme
cuando sé que tengo razón».
Molière


Por qué nos gusta tener razón? Como placer, al fin y al cabo, es de segundo orden como mucho. A diferencia de muchos otros deleites -comer chocolate, surfear, besar- no goza de acceso directo alguno a nuestra bioquímica: a nuestros apetitos, a nuestras glándulas suprarrenales, a nuestro sistema límbico, a nuestro sensible corazón. Y sin embargo el regustillo de tener razón es innegable, universal y (tal vez lo más curioso de todo) casi enteramente indiscriminado. No podemos disfrutar besando a cualquiera, pero podemos estar encantados de tener razón acerca de casi cualquier cosa. No parece que cuente mucho lo que esté en juego; es más importante apostar sobre qué política exterior se va a seguir que sobre qué caballo va a ganar la carrera, pero somos perfectamente capaces de regodearnos con ambas cosas. Tampoco cuenta de qué va el asunto; nos puede complacer igual identificar correctamente una curruca de corona anaranjada o la orientación sexual de un compañero de trabajo. Y lo que es todavía más extraño, puede gustarnos tener razón incluso acerca de cosas desagradables: por ejemplo, la bajada de la Bolsa, el final de la relación de pareja de un amigo o el hecho de que, por la insistencia de nuestro cónyuge, nos hayamos pasado quince minutos arrastrando la maleta justo en sentido contrario al hotel.


Principio de "En defensa del error"