Es el dos de octubre de 1998. Es viernes y estoy por tomar un baño cuando escucho a mi esposo hablando en el teléfono. Se nota nervioso. Su voz está alterada, pienso, y al instante una punzada en mis entrañas parece explotar en agujas minúsculas que se hunden en mi cuerpo. Algo no está bien. Son las diez de la mañana. Mis hijos ya están en la escuela, salimos de casa temprano como todos los días. Mientras vamos en camino, pongo la música clásica que acostumbramos escuchar. La voz de mi esposo se aleja. Cuando apenas es perceptible, cuelga. Se acerca a mí y con los ojos bien abiertos me dice que han secuestrado a su sobrino de trece años. La misma edad de nuestro hijo. El mismo apellido.
Mi esposo continúa en ese estado que ahora comienza a volverse contagioso. Me dice que acaba de hablar con su padre y que debemos salir del país.
Principio de "Tres semillas de granada"
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