24.4.24

Denise Affonço. Estribillo

Me repetía como un estribillo: "Denise, no te mueras, sigue viva para contar todas estas atrocidades, el mundo tiene que saber lo que sucede aquí. Debes hacerlo por tus hijos y tus seres queridos desaparecidos".


De "El infierno de los jemeres rojos"
    

23.4.24

Rosa Montero. Los libros son verdaderos talismanes

Para mí los libros son verdaderos talismanes. Me parece que, si tengo algo a mano para leer, puedo ser capaz de aguantar casi todo. Son un antídoto para el dolor, un calmante para la desesperación, un excitante contra el aburrimiento. Nunca me siento sola ni existen horas perdidas cuando puedo sumergirme en algún texto. Por eso siempre he acarreado pesos descomunales en mis maletas de viaje (vivan los libros electrónicos!), aterrada por el riesgo de caer algún día en la apabullante soledad, en el vértigo que la ausencia de lecturas origina.


Del prólogo a "El amor de mi vida"
    

22.4.24

Oti Corona. Ahí te pudras

Mis amigas y yo no somos malas. Retorcidas, quizás. Y rencorosas, según se mire. Pero no malas. Si fuera una mala persona no sentiría la necesidad de redactar estas líneas, que en ningún caso escribo para justificarme por haber descargado mi ira sobre quien no tenía posibilidad de defenderse. En ocasiones necesito escribir para establecer un orden entre hechos y emociones, y tal es el único objeto de este texto. No lo tomen, pues, como una treta para evadir mi responsabilidad. Yo responderé frente a quien sea, en vida, aunque dudo que llegue a darse el caso, o después de mi muerte, en el Juicio Final. Mi completa alegría, mi falta de pudor y de miedo, mi absoluta ausencia de remordimientos, mi dicha sobrevenida, solo a mí me atañen y, si ello ha de llevarme al infierno, que así sea.


Principio de "Ahí te pudras"
uno de los cuentos del libro "Fatal, gracias"
    

21.4.24

Charlotte Brontë. Habla del Norte

Habla del Norte! Un páramo solitario,
silencioso y oscuro y sin caminos se extiende,
las ondas de algún riachuelo salvaje se derraman
apresuradamente por sus vaguadas cubiertas de helechos.
En calma absoluta el aire del crepúsculo,
sin vida del paisaje: así parece
hasta que, deslizándose como un fantasma,
un venado se inclina a beber en el arroyo.
Y muy lejos se extiende una zona de montaña,
una fría y blanca extensión de ventisqueros,
y una estrella grande, suave y solitaria,
ilumina en silencio los cielos despejados.


En el libro "Poemas de Currer Bell"
    

20.4.24

Else Lasker-Schüler. Entonces

... Entonces llegó la noche con tu sueño
en el silencioso ardor de las estrellas,
y el día pasó ante mí, con su sonrisa,
y las rosas silvestres respiraban con dificultad.
   
Ahora lo que anhelo es un sueño de mayo
desde el que tu amor se revelase.
Me gustaría quemar cerca de tu boca
la duración de un sueño de mil años.


De "Un viejo tapiz tibetano"
    

19.4.24

Maggie Nelson. Sobre la libertad

No sigas leyendo si quieres hablar de libertad

Hacía ya tiempo que quería escribir un libro sobre la libertad. Llevaba queriendo escribir este libro al menos desde que el tema surgió como subtexto inesperado en otro libro que escribí sobre el arte y la crueldad. Me puse a escribir sobre la crueldad solo para descubrir, ante mi sorpresa, que la libertad se colaba por las grietas de la asfixiante celda de la crueldad en forma de luz y aire. Cuando la crueldad me dejó agotada, pasé directamente a la libertad. Comencé leyendo "Qué es la libertad?", de Hannah Arendt, y me puse a acumular bibliografía. 


Principio de "Sobre la libertad. Cuatro cantos de restricción y cuidados"
    

18.4.24

Mary Oliver. Paseo de regreso a casa desde Oak-Head

Algo tiene
  el cielo preñado de nieve
    en invierno
      a última hora de la tarde
   
que alboroza el corazón 
  y transmite la adorable insignificancia 
    del tiempo. 
      Cada vez que llego a casa -cada vez-
   
alguien allí me ama.
  Hasta entonces 
    me detengo en la acostumbrada y negra paz
      como un pino cualquiera,
   
o vago despacio
  como el viento aún pausado,
    esperando,
      cual si fuese un regalo,
   
que empiece la nieve,
  hasta que llega,
    desenfadada primero,
      luego irreprimible. 
   
Dondequiera que viva-
  en la música, en las palabras,
    en los fuegos del corazón,
      hábito con idéntica intensidad
   
este lugar sin nombre, indivisible,
  este mundo
    que ahora se desmorona,
      que es blanco y salvaje,
   
que es más leal que todos los gestos de lealtad,
  que las oraciones más profundas.
    No sufras, tarde o temprano estaré en casa.
      Con las mejillas arreboladas por el viento enardecido,
   
me detendré en la puerta
  a dar zapatazos con las botas y palmearme las manos,
    los hombros
      cuajados de estrellas.


De "Nuestro mundo"
    

17.4.24

Margaret Atwood sobre Isak Dinesen

Aun así, cuánto placer debió de sentir mientras escribía y cuánto placer nos ha proporcionado, a lo largo del tiempo, a sus muchos lectores. Siete cuentos góticos es el primer acto de una notable carrera literaria que situó a Isak Dinesen en la lista de autores esenciales del siglo XX. Del mismo modo que James Joyce invoca a Dédalo, el constructor de laberintos, al final de Retrato del artista adolescente -"Viejo padre, viejo artífice"-, muchos lectores y escritores podrían invocar a Isak Dinesen: "Vieja madre, vieja cuentacuentos, ampárame ahora y siempre con tu ayuda".
Y desde las fotografías de la revista Life, su enigmática y esquelética figura cargada de abalorios nos devuelve galante la mirada con esos ojos vivos. 


De "Siete cuentos góticos: Introducción"
En "Cuestiones candentes"
    

16.4.24

Nína Björk Árnadóttir. A Lorca

Desaparecerán nuestros caballos 
silenciosamente en el bosque.
Pongo mi mano sobre tu corazón.
Fue aquí?
Tomas mi mano
me conduces al claro
y me ofreces la navaja
mientras nuestros caballos desaparecen
silenciosamente en el bosque.
Me clavo la navaja en el corazón
nos alejamos silenciosamente.
Sonrientes bajamos la pendiente 
saboreando mutuamente nuestras palabras.


[Undarlegt er ad spyrja mennina, 1968]


En la antología de "Poesía nórdica"
    

15.4.24

May Sarton. Diario a los setenta

Lunes, 3 de mayo de 1982
   
Esta mañana de mis setenta años ha amanecido en calma y sin viento: el mar es azul pálido y, aunque los campos todavía se ven de color tierra parda, por fin empiezan a asomar los primeros narcisos. El invierno se me ha hecho interminable, pero ahora las ranitas ya están en plena forma y llenan las noches de su incesante croar. También me han despertado el cardenal, que, una vez más, ha regresado con sus dos esposas, y los gritos estridentes del faisán macho. Al despertar, me quedo tendida respirando la primavera, escuchando el vago susurro de las olas, llena de agradecimiento por estar viva.


Principio de "Diario a los setenta"