engordan otro tanto
por la estatuilla dorada.
la poesía, sobre la que se han dicho cosas mucho más bellas, no
tiene hoy por hoy
un fetiche tan palpable.
unos engordan sentados escribiendo, otros adelgazan, se
regodean en el descuido
hasta volverse irreconocibles, si bien la alteridad es la finalidad
de facto del texto.
en balde adelgazas para tener un físico aceptable, nadie repara
en ti en las nominaciones
y al renunciar a la lucha contra los estándares de belleza, no
sientes que hayas perdido nada:
a la poesía le importa un bledo tu carne y tus huesos, es arte de actuar sin cuerpo
le importan sólo las voces confusas
que se baten en el intento de llegar a un acuerdo, más allá del
confesionario con cortinitas.
por ellas tuvieron que morir los dioses, opina Jaynes
tras haber leído La Ilíada y tras haberse dado cuenta de que
sus personajes, verdaderas máquinas de guerra, no son
capaces de introspección porque no tienen consciencia
justo entonces aparece el dios, con su murmullo perverso, cuando
el héroe se queda congelado en el espacio, incapaz de elegir.
oh, el hombre se ha vuelto vocal
en la codiciada belleza de los bovarismos
y delitos de opinión.
En "Sombras, incendios y desvanes.
Diecisiete poetas rumanas (1961-1980)"
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