Si alguien la miró caminar por Montes de Oca esa tarde de octubre, pudo quizá haber pensado que la mujer de piel cetrina estaba hecha para beberse la vida hasta el fondo de la copa. Debía ser cierto. Aun aquellos que años después la despreciarían lo habrían de algún modo percibido viéndola avanzar hacia Suárez como quien siempre ha sabido adonde va. La propia Diana Glass, que en ese mismo momento -ojos cerrados, cara ofrendándose al sol- estaba de piernas cruzadas en el suelo de su balcón, debía pensarlo porque tiempo después lo escribiría en el cuaderno de hojas amarillas: Ella estaba hecha para beberse la vida hasta el fondo de la copa. Aunque cierta mirada socarrona (o mera astucia para atenuar lo enfático de la frase?) haría que, como un mal rayo, se le ocurriese: Y eso acaso es una virtud?
Principio de "El fin de la historia"
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