Mucho antes de que en Argus se plantaran remolachas y construyeran autopistas ya había un ferrocarril. Por sus vías, que atravesaban la frontera entre Dakota y Minnesota y se extendían hasta Minneapolis, llegaron todas las cosas que hicieron esta ciudad. Las cosas que la echaban a perder también se fueron por ese camino. Una fría mañana de primavera de 1932 el tren, un tren de mercancías, trajo a la vez una adición y una sustracción. Ambas llegaron a Argus con los labios morados y los pies tan entumecidos que, cuando saltaron del vagón, tropezaron y se destrozaron las palmas y las rodillas contra el suelo cubierto de ceniza.
El chico, alto para sus catorce años, estaba encorvado por el brusco crecimiento y era muy pálido. Tenía la boca dulcemente curvada, la piel fina como de niña. Su hermana sólo tenía once años, pero era ya tan baja y corriente que parecía obvio que se iba a quedar siempre así. Su nombre era práctico y cuadrado, como ella misma. Mary.
Principio de "La reina de la remolacha"
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