Aunque era la mejor en lo suyo, Luna siempre se sintió tan incomprendida como una extraterrestre. Ahora una marciana de cuarenta y tantos. "Cuál será la esperanza de vida de los seres de otro planeta?", se preguntaba mientras apoyaba por última vez su pincel de cuatro pelos sobre el cuadro. Había terminado otra restauración en fecha y nacía la esperanza de un paréntesis de bienestar después de varios días de "carroña", como ella llamaba a las jornadas en las que se devoraba a sí misma con pensamientos ya roídos y preocupaciones innecesarias. Se había hecho muy tarde, pero Luna seguía en el taller de restauración a pesar de que todas las luces estaban apagadas excepto la suya. Ya no quedaba nadie en las salas del museo, salvo ella, que seguía embutida en su mundo concentrada hasta el tuétano, el peor de sus defectos y la mejor de sus virtudes. Era 21 de diciembre, el ambiente navideño asomaba por cada esquina de la ciudad llenando el aire de promesas y de luces que se filtraban en las conversaciones sobre compras de última hora y propósitos de Año Nuevo.
Principio de "La mujer de acuarela"
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