5.12.25

Sarah Holland-Batt. El turno de noche

Como colibrís a la faena
con inyecciones de néctar  
  
resuenan los zuecos blancos de las enfermeras
de sala en sala. Pitan
   
y chasquean los timbres como zordalas 
eléctricas. Mi madre se acerca
  
a David Attemborough al oído:
la voz de él se cuela por el receptor
  
de plástico. Un caimán flota
en el verdín del Pantanal,
   
de la piel de su ojo absorbe lágrimas 
una corona de mariposas. Cristales de sal
   
endulzan cada uno de sus aleteos.
Gotea su quimioterapia. La noche
   
cincha sus zarcillos alrededor
de parpadeos fluorescentes:
   
luz que nunca muere.
Mi madre entra y sale
   
de un sueño que nunca
se asienta, sino que sube y baja
   
y sube. Está muerta de cansancio. El ojo
del caimán se abre y se cierra,
   
membrana lisa que se adhiere 
al incesante lametazo de sal. No está claro
   
si percibe el alivio infinitesimal del peso que cesa
cuando cada mariposa alza el vuelo.


De "El jaguar"
    

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