16.1.19

Mary Karr. El club de los mentirosos

Mi recuerdo más nítido es el de un instante aislado envuelto en oscuridad. Yo tenía siete años y estaba sentada en un colchón en el suelo, con el médico de la familia de rodillas ante mí. Llevaba un polo amarillo desabrochado y la mata de vello le formaba una uve en el pecho. Nunca lo había visto vestido con algo que no fuera una camisa blanca almidonada y una corbata gris. Aquel cambio me desconcertó. Tiró del dobladillo de mi camisón preferido, un campo de algodón blanco y crespo estampado con ramilletes de lupinos de Texas atados con cintas. Había recogido las rodillas para formar una tienda de campaña. Él podría habérmelo sacado por la cabeza con un sencillo movimiento, pero algo lo animaba a tratarme con delicadeza. "Enséñame las marcas", dijo. "Venga, va. No voy a hacerte daño". Tenía los ojos azules y acuosos detrás de las enormes gafas, y un bigote que parecía una oruga. "Vale? Levántate esto y dime dónde te duele": Agarraba una parte del dobladillo entre el pulgar y el índice. Yo no lloraba, y no recuerdo dolor alguno, pero me hablaba con esa voz suplicante que entonba cada vez que escondía una aguja larga detrás de la espalda. No me fiaba un pelo de él, aunque me caía bien. El cuarto que compartía con mi hermana estaba a oscuras, pero no me apetecía subirme el camisón sabiendo que había un montón de extraños pululando por el salón.
Tardé tres décadas en descongelar este instante. Los vecinos y la familia me ayudaron a transformar en panorámica esa diapositiva suelta y diáfana. Detrás del médico, el cabecero de la cama inclinado contra la pared tenía una apariencia terrorífica y arácnida en la oscuridad. En una esquina, la cajonera estaba volcada hacia atrás como una tortuga varada, con los cajones salidos y tirados. Había pilas de ropas desparramada, puzles, tebeos y los libros de la colección Golden Books que mi madre me compraba en la cola del supermercado si no me movía del carrito. El vano de la puerta enmarcaba la inmensa silueta retroiluminada del sheriff Watson, que sostenía a mi hermana, de nueve años, con un solo brazo fornido. Ella llevaba su pijama rosa y le rodeaba la cintura con las piernas. 


Principio de "El club de los mentirosos"
     

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