"Aparte de la expresión neutral que tenía cuando estaba sola, la señora Freeman tenía otras dos, una ansiosa y, la otra, contrariada, que usaba en todas sus relaciones humanas. Su expresión ansiosa era firme y fuerte, como la lenta marcha de un camión pesado. Sus ojos jamás viraban bruscamente a la derecha o a la izquierda, sino que giraba cuando el piso giraba, como si siguieran una línea amarilla pintada en el centro. Raras veces usaba la otra expresión porque no necesitaba retractarse a menudo de lo que decía, pero cuando lo hacía su rostro se detenía en seco, había un movimiento casi imperceptible en sus negros ojos, durante el cual parecían retroceder, y entonces quien la veía se daba cuenta de que la señora Freeman, aún cuando estaba allí, tan real como los sacos de grano apilados, estaba ausente en espíritu. Intentar comunicarse con ella cuando esto sucedía era algo de lo que la señora Hopewell ya había desistido. Podría hablar hasta morirse. Era imposible conseguir que la señora Freeman admitiera que no tenía razón en algo. Si lograba hacer que hablara, entonces decía algo como: “Bueno, no podría decir que sí ni que no”. O dejaba que su mirada se posase en el último estante de la cocina, donde había un montón de botellas polvorientas, y decía: “Ya veo que no ha comío muchos de los higos que puso en conserva el verano pasao”.
De “La buena gente del campo”
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