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23.4.25

Forugh Farrojzad. La ventana

Una ventana para ver,
una ventana para oír,
una ventana como el aro de un pozo.
Su fondo llega al corazón de la tierra
y se abre hacia lo inmenso de esa amorosa continuidad de color azul.
Una ventana que llenan las pequeñas manos solitarias
de la generosidad nocturna del aroma
de las magnánimas estrellas.
Y se puede desde allí 
invitar al sol a la añoranza de los geranios.
Me basta una ventana.
   
Yo vengo de la tierra de las muñecas,
de debajo de las sombras de los árboles de papel,
del jardín de un libro de pinturas,
de las estaciones secas,
de vivencias estériles de amistades y amores,
de la inocencia y sus callejuelas de tierra,
de años de crecer con las letras descoloridas del abecedario
detrás de las mesas de la escuela tuberculosa, 
del momento en que los niños pudieron 
escribir sobre la pizarra la palabra «piedra»,
y los estorninos del viejo árbol apresuradamente abrieron sus alas.
   
Yo vengo de entre las raíces de las plantas carnívoras, 
y mi cerebro todavía 
está repleto de las voces de terror de las mariposas
que en algún cuaderno con alfileres 
habían crucificado.
   
Cuando aún confiaba en el frágil hilo de la justicia 
y en toda la ciudad
descuartizaban el corazón de mis insignias,
cuando mis infantiles ojos amorosos
se cubrían con la oscura venda de la ley,
de mis agitadas sienes los anhelos
cual chorros de sangre estallaban,
cuando mi vida ya
era nada, nada salvo el tictac del reloj de la pared,
comprendí que debo, debo, debo
amar con locura.
   
Una ventana para mí es suficiente.
Una ventana hacia los instantes del conocimiento, de la observación y del silencio.
Ahora que el joven nogal
ha crecido tanto que puede, para sus jóvenes hojas,
definir el concepto de pared,
pregunta al espejo
el nombre de tu ángel de la guarda.
Acaso esta tierra que tiembla bajo tus pies
no está más sola que tú?
Traen consigo los profetas los mensajes,
la misión de destrucción a nuestra era?
Estas explosiones sucesivas
y nubes venosas
acaso son la melodía de los sagrados versículos?
Ay, amigo, hermano, congénere!
Cuando llegues a la luna 
deja constancia de la historia del genocidio de las flores.
   
Los eternos dormidos 
caen desde la altura de su propia credulidad y se mueren.
Yo huelo un trébol de cuatro hojas
que ha crecido sobre el sepulcro de las arcaicas creencias.
Acaso la mujer que ha sido enterrada en su sudario de expectativas y virtudes era mi juventud?
Acaso otra vez subiré por los peldaños de mis inquietudes
hasta llegar al Dios bondadoso, que se pasea sobre la azotea de la casa,
y decirle hola?
   
Siento que el tiempo se ha acabado,
siento que el instante es lo que me toca de las páginas de la historia,
siento que el escritorio es una distancia malsana entre mi cabellera
y las manos de esta triste soledad.
   
Dime algo,
qué busca, más que sentirse viva,
quien entrega la amabilidad de un cuerpo vivo?
Dime algo!
   
Al amparo de mi ventana estoy,
conectada con el sol.


De "Tengamos fe en el comienzo de la estación fría"
En "Eterno anochecer. Poesía completa"
    

24.1.25

Forugh Farrojzad. Viernes

Viernes silente,
viernes deshabitado,
viernes melancólico
como las callejuelas,
viernes de largos bostezos insidioso,
viernes sin perspectivas,
viernes claudicado.
La casa vacía,
la casa taciturna,
la casa cerrada a la frescura,
la casa de las oscuridades que imaginan el sol,
la casa de las soledades, de los presagios y las incertidumbres,
la casa de las cortinas, los libros, las imágenes y las alacenas,
ah, cuán sigilosa y altiva pasó!
En el seno de estos viernes silenciosos, desolados,
mi vida, como un riachuelo que corre por tierras extrañas,
ah, qué sigilosa y altiva pasó...!


De "Otro nacimiento"
(también "Nuevo nacimiento")
En "Eterno amanecer. Poesía completa"
    

13.11.24

Forugh Farrojzad. Tiempo después

Mi muerte llegará algún día de estos,
en una primavera llena de olas de luz.
En un invierno lejano y polvoriento.
O en un otoño vacío de barullo y de vida.
   
Mi muerte llegará algún día de estos.
Un día de estos, dulces y amargos,
un día vano como cualquier otro, 
una sombra de los hoyes, los ayeres.
   
Mis ojos, como opacos corredores,
mis pómulos, igual que el mármol, fríos,
el sueño que me lleva, de repente,
y yo vaciándome del grito y del dolor.
   
Despojadas de poesía, en mi cuaderno,
mis manos se deslizan suavemente.
Recordaré que hubo un tiempo
en que hervía en mis manos la sangre de la lírica.
   
La tierra me llama a su lado a cada instante.
Por el camino veo a mis enterradores.
Ah, tal vez a media noche mis enamorados
sobre la triste losa de mi tumba dejen
   
una flor. Después de mí, 
las pesadas cortinas de mi mundo
oscuro se descorrerán.
Y los ojos de algún desconocido
   
las hojas pasarán de mis cuadernos una a una.
Después de mí, en mi cuarto
pondrá sus pies alguien ajeno a mi recuerdo,
se mirará en el espejo donde algo
mío quedará. 


De "Rebeldía"
En "Eterno anochecer. Poesía completa"
    

4.7.24

Forugh Farrojzad. Conflicto

Cuando aparece la luna en el cielo
la noche, lentamente, se envuelve en su velo
como un ave cansada de volar.
Y se posa sobre el árbol marchito
de mis pensamientos.
   
Sus ramas se estremecen de emoción. 
En sus venas atrofiadas hierve, a fuego lento,
la sangre de una memoria antigua.
Y la vida sigue, como las amapolas del campo,
brotando entre las grietas de las tumbas.
   
Las manos irritadas por la brisa
arrancan del suelo las hojas otoñales.
Ah... algún desconocido aporrea, inclemente,
con los puños mi pecho y su pesado muro.
   
"Abre la puerta, es él."
"Abre la puerta, es él."
Me digo en voz baja. Otra vez el mismo
delirio, opaco, desviado.
   
Debo poner remedio con la amarga
medicina del sueño a la herida del despertar.
Mis párpados aprieto con fuerza desmayada.
Pero mi pecho, ese pesado muro,
algún desconocido lo aporrea, inclemente.
   
"Abre la puerta, es él."
"Abre la puerta, es él."
Ha abandonado aquellas tierras,
ha vagado impaciente por montañas,
ha bailado de día en el fuego del sol.
   
De noche, como una flor sonámbula, 
brotó en el silencio de la luz de la luna.
"Abre la puerta, es él."
En los cielos te ya buscado. "Abre la puerta, es él."
   
En los cielos te ha buscado,
con su paso abatido, desconsolado.
De aromas de jazmines ha vivido.
Sus cansadas alas, en su ardiente intento,
han besado amorosas cada brisa pasajera.
   
"Abre la puerta, es él."
"Abre la puerta, es él."
Una lágrima se posa en mi mirada.
La oscuridad va tiñendo mi tristeza.
   
Pero yo con rabia digo: "Otra vez este delirio".
Y además, así de opaco y desviado.
Debo poner remedio con la amarga
medicina del sueño a la herida del despertar.
   
Aprieto mis párpados extenuados,
pero algún desconocido aporrea 
el pesado muro de mi pecho.
"Abre la puerta, es él."
"Abre la puerta, es él."
   

De "Muro"
En "Eterno anochecer. Poesía completa"
   

6.4.24

Forugh Farrojzad. Cautiva

Te deseo y sé que nunca
podré abrazarte, llegar a ti.
Tú eres el cielo aquel, abierto y diáfano.
Yo, un pájaro en su jaula.
   
Por detrás de los fríos y oscuros barrotes,
mis ojos buscan tus ojos con anhelo.
Imagino que una mano se acerca y, de repente,
voy hacia ti, volando.
   
Fantaseo con que se despistan
un instante
y abandono volando esta prisión de silencio 
y me río de quien me vigilaba;
con volver a vivir junto a ti fantaseo.
   
Fantaseo y fantaseo y sé que nunca
tendré valor para dejar esta cárcel,
que aunque mi carcelero lo permita
no tengo fuerzas para alzar el vuelo.
   
Detrás de los barrotes, cada día,
un niño me contempla y me sonríe. 
Yo le respondo alegre, entusiasmada,
y él me besa en los labios.
   
Ay, cielos, qué pasaría si por fin
me decido a volar, a salir de esta jaula?
Qué les diría 
a los ojos llorosos de ese niño?
Déjame, por favor, soy un pájaro preso.
   
Soy esa vela que mientras se consume
alumbra esta casa sombría y en ruinas.
Pero si al fin enmudeciera 
destrozaría mi nido sin remedio.


De "Cautiva"
En "Eterno anochecer. Poesía completa"

13.2.20

Forugh Farrojzad. La tristeza de la soledad

(Para mi amiga Mehry Rokhsha)

Tras el cristal está nevando.
Tras el cristal está nevando. 
Una mano,
en mi pecho callado,
planta semillas de tristeza.
   
Ay, nieve, ya has tenido que peinar canas
para ver todo lo que has visto.
Te paseaste por mis entrañas
pero no sobre mí nicho.
   
Como frágil brote de árbol, tiembla mi alma 
con el frío intenso de la soledad.
Penetra en mis oscuridades
el pánico a la eterna soledad.
   
Tú ya no haces que entre en calor,
ay, amor, ay, sol congelado.
Mi pecho es un desierto de desesperanzas.
Estoy agotada, también de ti, agotada, amor.
   
Tu brote de ilusión se marchitó también.
Ay, poesía, ay, demonio, embaucadora!
Al final de este sueño doloroso,
mi ser ha despertado, despertado.
   
Y así fue que donde quiera que miraba
solo espejismos había, nada más.
Aquello que yo buscaba,
ay de mí, solo era una ensoñación, nada más.
   
Ay, Dios... Ábreme, 
un ratito, las puertas del infierno,
Hasta cuándo acallaré aquí dentro
el deseo del fuego infernal?
   
Ya he visto muchos soles
helarse uno tras otro al anochecer.
Mi sol sin anocheceres!
Qué lástima! Se deprimió en el sur!
   
Qué busco después de él?
Qué me aguarda tras esto?
Si acaso alguna lágrima que derramar,
y una tumba acogedora donde guardar reposo.
   
Tras el cristal está nevando.
Tras el cristal está nevando.
Una mano,
en mi pecho callado,
planta semillas de tristeza.
   
   

De "Muro"
En el libro "Eterno anochecer. Poesía completa"
    

5.1.20

Forugh Farrojzad. Ay, estrellas

Ay, estrellas, que estáis allá en lo alto,
sentadas, mirando sin descanso, atentamente.
Ay, estrellas, que por entre las nubes
comtempláis nuestro mundo, vigilantes.
   
Sí, esta soy yo, en el silencio de la noche,
sentada, rompiendo cartas de amor.
Ay, estrellas, si me acompañáis, 
me llenaré la falda de estrellitas,
mi falda llenaré con su nostalgia.
   
Con un corazón mudable,
un poco de cinismo y de malicia es lo mejor.
Con un compañero que no hace compañía,
que solo sabe amar su propio rostro,
hacerse de rogar, ser sibilina es lo mejor.
   
Ay, estrellas, que ocurrió para que en mí muriese
toda aquella alegría, todo aquel entusiasmo?
Ay, estrellas, qué pasó para que de su boca
aquel cálido canto de amor se evaporase?
   
La copa de vino vertida, mi lecho sin nadie,
mi cabeza enredada entre sus cartas,
buscando entre sus líneas, como insomne,
alguna huella honesta entre tanto decir.
   
Ay, estrellas, que acaso conocéis 
la falsedad, la hipocresía de los seres terrestres, 
y por eso os ocultáis en lo más hondo allá en lo alto.
Ay, estrellas, mis buenas estrellas, inmaculadas, impolutas...
   
Yo que caí para satisfacerle,
qué tropecé con todo para saciar su amor,
sea maldita de Dios: que Él me castigue si a partir de ahora
le doy por su vileza devoción y cariño.
   
Ay, estrellas, que como lágrimas caísteis
sobre las faldas negras de la noche.
Ay, estrellas, que desde aquel mundo infinito
miráis este rincón.
   
Ay, él se fue pero mi corazón lo ama todavía.
Ay, estrellas, qué pasó, por qué ya no me quiere?
Ay, estrellas, estrellitas, decidme:
Dónde el amor eterno? Dónde está su morada?
   
   
De "Cautiva"
En el libro "Eterno anochecer. Poesía completa"
    

23.9.19

Forugh Farrojzad. Otoño

Al hechicero rostro de la naturaleza
cierro mis ojos repletos de tristeza,
para que no pose mi delirante mirada
en su rostro de duelo y añoranza.
   
Ay, otoño, viajero polvoriento!
Qué llevas entre tus faldas envuelto?
Salvo las hojas muertas y las ramas secas,
qué tienes para ofrecer a esta tierra?
   
Tu cargante y apagado anochecer silencioso,
qué aporta al corazón del poeta sino pena?
Qué ofrece tu abrazo a mi afligido cuerpo
salvo frío y abatimiento?
   
Tu silencio incuba tristeza,
me hiere la pesadumbre dormida.
Danzando se halla aquel perdido sueño
entre los cortinajes de mis pensamientos.
   
Ay, otoño!, himno inspirador.
Ay, otoño!, melodía angustiosa.
Ay, otoño!, sonrisa penosa
del rostro de la naturaleza engañosa.
   
   
De "Cautiva"
En el libro "Eterno anochecer. Poesía completa"
      

5.7.19

Forugh Farrojzad. Desertora

No sé qué quiero, Dios mío,
no sé, día y noche, qué persigo,
qué busca mi mirada fatigada,
por qué en mi pecho arde tanta pena.
  
Rehúyo toda compañía,
en un rincón me humillo,
sigilosa y apagada,
y mis ojos naufragan en lo oscuro
mientras late mi pecho malherido.
  
Deserto de esa gente que cuando está conmigo
finge sinceridad y palabras de aliento,
pero después me acusa y me difama
desde lo más profundo de su ruindad.
  
Deserto de esa gente que al oír mis poemas
se abre ante mis ojos como flores perfumadas,
pero a solas, de puertas para dentro,
me llama loca y casquivana.
  
Ay, corazón, corazoncito mío, tan insensato
que ardes en las hogueras de la hipocresía,
no te indignes ya más por esa chusma. 
Y tú, pon fin a tanta insensatez, Dios mío.
   
   
De "Cautiva"
En el libro "Eterno anochecer. Poesía completa"