Ay, estrellas, que estáis allá en lo alto,
sentadas, mirando sin descanso, atentamente.
Ay, estrellas, que por entre las nubes
comtempláis nuestro mundo, vigilantes.
Sí, esta soy yo, en el silencio de la noche,
sentada, rompiendo cartas de amor.
Ay, estrellas, si me acompañáis,
me llenaré la falda de estrellitas,
mi falda llenaré con su nostalgia.
Con un corazón mudable,
un poco de cinismo y de malicia es lo mejor.
Con un compañero que no hace compañía,
que solo sabe amar su propio rostro,
hacerse de rogar, ser sibilina es lo mejor.
Ay, estrellas, que ocurrió para que en mí muriese
toda aquella alegría, todo aquel entusiasmo?
Ay, estrellas, qué pasó para que de su boca
aquel cálido canto de amor se evaporase?
La copa de vino vertida, mi lecho sin nadie,
mi cabeza enredada entre sus cartas,
buscando entre sus líneas, como insomne,
alguna huella honesta entre tanto decir.
Ay, estrellas, que acaso conocéis
la falsedad, la hipocresía de los seres terrestres,
y por eso os ocultáis en lo más hondo allá en lo alto.
Ay, estrellas, mis buenas estrellas, inmaculadas, impolutas...
Yo que caí para satisfacerle,
qué tropecé con todo para saciar su amor,
sea maldita de Dios: que Él me castigue si a partir de ahora
le doy por su vileza devoción y cariño.
Ay, estrellas, que como lágrimas caísteis
sobre las faldas negras de la noche.
Ay, estrellas, que desde aquel mundo infinito
miráis este rincón.
Ay, él se fue pero mi corazón lo ama todavía.
Ay, estrellas, qué pasó, por qué ya no me quiere?
Ay, estrellas, estrellitas, decidme:
Dónde el amor eterno? Dónde está su morada?
De "Cautiva"
En el libro "Eterno anochecer. Poesía completa"
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