28.11.17

Marilynne Robinson. Recuerdo que una vez, de niña, entré en una biblioteca...

Recuerdo que una vez, de niña, entré en una biblioteca y miré los libros que me rodeaban pensando: yo podría hacerlo. En realidad, no lo hice hasta bien entrada la treintena, pero la afinidad que sentía con los libros preservó en mí el secreto convencimiento de que era una escritora, pese a que cualquier valoración desapasionada de mi vida habría descartado la idea por completo. Así que pertenezco a la comunidad de la palabra escrita en varios sentidos. En primer lugar, los libros me han enseñado casi todo lo que sé y han educado mi atención y mi imaginación. En segundo, me dieron una idea de lo posible, lo que es el gran servicio -y, con mucha frecuencia, cuando es poco generosa, el más flaco de ellos- que una comunidad hace a sus miembros. En tercero, ellos encarnaban la riqueza y el refinamiento del lenguaje, y la destreza y el ingenio en el uso del lenguaje al servicio de la imaginación. En cuarto, me dieron, y todavía me dan, valor. 


De "Imaginación y comunidad"
uno de los ensayos del libro "Cuando era niña me gustaba leer"
    

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