"En consecuencia", escribió Betty Flanders, hundiendo un poco más los talones en la arena, "no me quedaba más remedio que irme".
En lento fluir de la punta de la plumilla de oro, la pálida tinta azul transformó el punto en borrón; sí, ya que clavada allí quedó la plumilla; fija la mirada de Betty Flanders, mientras las lágrimas preñaban sus ojos, despacio. La bahía entera tembló; el faro vaciló; y a Betty Flanders le pareció que el mástil del yatecito del señor O'Connor se doblaba como una candela puesta al sol.
En lento fluir de la punta de la plumilla de oro, la pálida tinta azul transformó el punto en borrón; sí, ya que clavada allí quedó la plumilla; fija la mirada de Betty Flanders, mientras las lágrimas preñaban sus ojos, despacio. La bahía entera tembló; el faro vaciló; y a Betty Flanders le pareció que el mástil del yatecito del señor O'Connor se doblaba como una candela puesta al sol.
De "El cuarto de Jacob"
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