Pero había una idea que se había fraguado en ella desde el principio, y que recurrentemente la rondaba: el lugar al que había ido a parar era un palacio encantado. A la mansión no acudía ningún visitante, ni nadie se marchaba de allí. Solo unas pocas de sus estancias eran mantenidas en orden: en las demás no entraba nunca nadie. Nadie salía al jardín, ni cuidaba de él.
De "La leyenda de una casa solariega"
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