Madame de Roland fue guillotinada el 10 de noviembre de 1793. Tenía treinta y nueve años. Quienes la vieron subir al cadalso, elegantemente vestida de blanco, afirman que lo hizo con tranquilidad y magnífico ánimo. Tanto que le permitió al otro condenado que la acompañaba en la carreta, lloroso y aterrado, que accediese a la guillotina antes que ella, para acabar así de inmediato con su sufrimiento. A punto de morir, miró hacia la estatua de la Libertad que adornaba aquella Place de la République (hoy de la Concorde) y exclamó: "Oh, libertad! Cuántos crímenes se cometen en tu nombre!". Eran muchos los que la querían y lloraron por ella, pero muchos también los que se alegraron de la muerte de una de las personas más influyentes de la facción revolucionaria de los girondinos. Porque aquella mujer valiente y decidida no era una aristócrata, ni siquiera una monárquica. Era una republicana convencida, que había puesto toda su inteligencia, su enorme cultura y su talento al servicio de la Revolución y de la feliz idea de lograr un mejor gobierno para el pueblo. Una víctima más de la lucha por el poder entre quienes trataban de construir un mundo nuevo.
Del Prólogo a
las Memorias Privadas de Madame Roland
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