Leer sobre las fiestas de Proust en el golfo Pérsico es una experiencia que puedo recomendar, como paradoja que podría satisfacer el gusto más escrupuloso. De hecho, llegué a la conclusión de que todo libro debería leerse en el entorno más incongruente posible, pues entonces impone su propia unidad de un modo que sobresalta al lector cuando tiene que volver a asomarse a su propio mundo; así, cuando pasé de un baile en el hotel de Guermantes al comedorcito del Varela, el mundo de Proust seguía pareciéndome más auténtico que aquel buque de vapor y me sentí desconcertada al comprobar donde me hallaba en realidad.
De "Pasajera a Teherán"
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