28.9.16

Victoria Ocampo. Al lector


Este décimo tomo de Testimonios responde, ante todo, a una necesidad de repetir ciertas cosas que no parecen haber sido escuchadas. La esperanza secreta de que me oigan hoy más que ayer es disparatada. No tengo razón valedera para apoyarme en ella. La verdad es que si me detengo a pensarlo en serio, no me hago la menor ilusión al respecto. Pero eso de predicar en el desierto es una vocación como cualquier otra.

En una carta del año 1907, después de la lectura de Corinne, le escribía yo, adolescente a Delfina Bunge, entusiasmada con la novela. Citaba una nota encontrada en aquella edición del libro: "Mme. de Staël, al escribir, quiso expresar lo que llevaba dentro mucho más que ejecutar una obra de arte". Esto me impresionó, pues en esa frase descubrí lo que yo deseaba hacer. Ese sería mi destino literario, si es que llegaba a tener alguno. Lucidez, por lo visto, no me faltaba a los 16 años, si bien me faltaban entonces, y después, otras dotes o posibilidades de desarrollar plenamente las que tenía. Las mujeres de mi juventud recibían una educación reducida a lo que del sexo femenino se esperaba: que brillara por su ignorancia.
No sé si la nota citada por mí en 1907 se ajusta a la realidad de la obra de Mme. de Staël. Se ajusta a la mía, en gran parte.



Abril 1977


De "Testimonios. Décima serie: 1975-1977"

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