11.2.18

Sylvia Plath. Gigoló

Reloj de bolsillo, mi tic-tac es bueno.
Las calles sin grietas de lagarto
escarpadas, con agujeros donde esconderse.
Lo mejor es encontrarse en un callejón sin salida,

un palacio de terciopelo
con ventanas de espejos.
Allí uno se siente seguro,
sin fotografías de familia,

sin aros en la nariz, sin gritos
brillantes anzuelos de pesca, a las mujeres se les corta
la sonrisa ante mi tamaño
y yo, con mi elegante ropa negra,

pisoteo un montón de corazones como si fuesen medusas.
Para alimentar
el sonido de violonchelo de los gemidos yo como huevos -
huevos y pescado, lo esencial,

el calamar afrodisíaco.
Mi boca se contrae,
la boca de Cristo
cuando mis fuerzas llegan a su fin.

El sonido de mis
doradas articulaciones, el modo en que convierto
maldiciones en murmullos de plata
extiende una alfombra a mis pies, un silencio.

Y no hay un final, no se termina.
Nunca maduraré. Jóvenes ostras
gritan de dolor en el mar y yo
reluzco como Fontainebleu

satisfecha,
la entera catarata de agua de un ojo
en cuyo remanso con lentitud
me inclino a contemplarme.




De "Árboles en invierno"

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