23.6.18

Lidia Chukóvskaia. Sobre un poema de Anna Ajmátova

Nada como la impotencia de la traducción revela mejor que los versos no sólo se construyen con palabras, ideas, pies métricos e imágenes, sino también con el tiempo que hace, el estado de ánimo, el silencio, la separación... Que los poemas se forman no sólo con las líneas negras de los caracteres tipográficos, sino también con los espacios entre las líneas, con las profundas pausas que regulan la respiración... y el alma... Cómo traducir los espacios en blanco entre los versos, esa provisión de aire con la que se inflan los pulmones entre dos cuartetas?

   Se está bien aquí: crujidos, susurros;
   por la mañana arrecía un frío glacial.
   Con un fulgor blanco se inclina el arbusto
   de rosas de hielo que a todos deslumbran.

   Y en la nieve exuberante, vestida de gala,
   a modo de recuerdo, hay huellas de esquís,
   evocadoras de una época ahora ya lejana
   en que paseé por este lugar junto a ti*.

Aquí cada verso está revestido de la plata helada de la escarcha. Pero la auténtica delicia es el papel blanco que queda entre el verso con el que termina la primera cuarteta y con el que empieza la segunda. En apariencia, es un espacio en blanco como cualquier otro, pero es precisamente el lugar en el que se aspira a pleno pulmón el aire helado, en una suerte de desfallecimiento relacionado con el augurio del dolor y de la felicidad, y quizá también con el relieve escarpado de la abrupta pendiente.

   Y en la nieve exuberante, vestida de gala,
   a modo de recuerdo, hay huellas de esquís.

En la palabra "recuerdo" la voz cae, porque el corazón desfallece al recordar. Una huella en el alma y una huella en la nieve exuberante. La poesía es también ese no sé qué misterioso que queda intraducible incluso en la más escrupulosa y musical de las traducciones.


*Poema de Anna Ajmátova


De "Inmersión. Un sendero en la nieve"


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