Los cuentos gozan de un curioso estatus en el ámbito de la literatura: se benefician de una estima desmesurada. La ambigüedad del cuento radica en que con el pretexto de ir dirigido a los niños, también habla -y puede que en primera instancia- de los adultos. Cuando Cocteau rueda La Bella y la Bestia es consciente de que su público estará formado más por adultos que por niños.
Riquete el del Copete pertenece al género del cuento. En Francia, la mayoría de los cuentos acaban bien. Y a nadie le ofende que obedezca a la regla infantil del final feliz, considerada como una falta de buen gusto por el 99,99% de las literaturas dignas de ese nombre.
El abecé de la literatura es evidentemente el amor. Hay motivos para suponer que se trata de un tema irresistible. Los grandes escritores del mundo que no le han dedicado ni una línea al amor pueden contarse con los dedos de una mano.
Sin embargo, si existe una regla casi absoluta que rige las obras maestras de la literatura amorosa es que tienen que acabar fatal. De no ser así, se consideran novelas menores. Es como si, para hacerse perdonar el hecho de haber abordado algunas verdades de perogrullo literarias, el gran escritor incluyera un final trágico como acto de contrición.
De "Riquete el del Copete"
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