Antes creía que el yoga era para esa gente que sigue rituales de belleza y buena postura corporal. Yo me inicié con bastante torpeza, cohibida, y miraba alrededor para ver cómo lo hacía hasta que un profesor me dijo: "Si la cagas, a nadie le importa una mierda. No pasa nada". Me gustaba pasar aquella hora y media sobre la esterilla, mi rectángulo color albaricoque bien pegado al suelo, una pequeña frontera que me protegía de las distracciones del exterior. Poco a poco aprendí a dirigir mi atención hacia el interior, a extenderme desde mi tendón de Aquiles hasta las yemas de los dedos. Imaginaba que las células comprimidas de mi interior se desplazaban.
De "Tengo un nombre"
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