14.4.23

Elspeth Barker. Oh, Caledonia

A la mitad de la escalera de piedra que se eleva en el vestíbulo lóbrego y abovedado de Auchnasaugh hay una vidriera alta. Protegido por el cenit de su arco gótico aparece un panel circular en el que una cacatúa blanca se desvanece camino de la muerte, el pecho atravesado por una flecha. Alrededor de la circunferencia, enhebrando hojas afiladas de color verde y ramas retorcidas, se despliega la leyenda: "Moriens sed Invictus", agonizante pero indómita. Durante el día es escasa la luz que entra por esa ventana. Pero, en las tardes de principios de invierno, cuando el sol emerge a la espalda de las colinas que se ciernen sobre la casa solo para ponerse de inmediato en la lejanía letal de las profundidades del valle, se proyecta una gloria sobrenatural; los rayos cambiantes de tonos granate, verde y azul cobran vida en el remolino de átomos de polvo y derraman pétalos translúcidos de color sobre los escalones grises y fríos. De noche, cuando la luna se encuentra en lo alto del firmamento, la luz atraviesa la cacatúa moribunda y vuelca sus gotas de sangre como una cadena de rubíes sobre las baldosas del vestíbulo. Allí fue donde encontraron a Janet, ataviada, de manera inexplicable, con el vestido de noche de encaje negro que pertenecía a su madre, el cuerpo retorcido y desplomado, víctima de una muerte sangrienta y homicida. 


Principio de "Oh, Caledonia"
    

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