Teóricamente, yo estaba haciendo la tesis sobre las últimas novelas de Mary Shelley, de las que nadie sabe nada: Lodore, Perkin Warbeck, El último hombre. Pero en realidad me interesaba mucho más la vida de Mary antes de que aprendiera una triste lección y se doblegara a la tarea de criar a su hijo para ser barón. Me encantaba leer cosas sobre otras mujeres que la habían envidiado u odiado o que habían intervenido en su vida: Harriet, la primera mujer de Shelley, y Fanny Imlay, hermanastra de Mary, que pudo haber estado enamorada de Shelley, y su otra hermanastra, Mary Jane Clairmont, que tenía el mismo nombre que yo -Claire- y se fue con Mary y Shelley en su luna de miel, sin haberse casado, para poder seguir persiguiendo a Byron. Con Donald había hablado muchas veces sobre la impetuosa Mary y sobre Shelley, casado ya, y sobre sus citas junto a la tumba de la madre de Mary, sobre el suicidio de Harriet y Fanny y la insistencia de Claire, que tuvo un hijo de Byron. Pero nunca hablé del tema con Nelson, en parte porque teníamos poco tiempo para hablar y en parte porque no quería que pensara que obtenía consuelo o inspiración de aquel batiburrillo de amor, desesperación, traición y autocompasión. Tampoco yo quería pensarlo. Y Nelson no era precisamente muy aficionado a los románticos del siglo XIX. Eso decía.
De "La virgen albanesa"
En "Secretos a voces"
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