Todos se fueron y nadie regresó.
En la calle cubierta de otoño
no esperarás.
Tú y yo volveremos a encontrarnos
en un adagio de Vivaldi.
Las velas, de nuevo pálidamente amarillas,
serán exorcizadas por el sueño,
mas, el arco del violín no preguntará
cómo entraste en mi casa noturna.
En mudo y mortal gemido
pasarán las medias horas,
leerás en mi mano
los mismos milagros.
Y entonces tu angustia
convertida en destino
te llevará de mi umbral
hacia mares glaciales.
De "Soy vuestra voz"
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