Entre lápidas grises y sombrías yedras, de pronto aca-
rició mis ojos una nota de luz y de calor.
Era una rosa té.
Acerquéme a ella y le hablé con aquel lenguaje que
sólo poseemos los enamorados del azul, el lenguaje
que se habla a las flores y piedras preciosas, y le pre-
gunté.
De dónde vienes princesa té?
Abrió sus pétalos la rosa embalsamando la necrópo-
lis, y con voz de ramaje y de fuente me contestó:
Fue mi cuna un cráneo joven. Mis pétalos son las ho-
ras de amor de una doncella que se olvidó de desper-
tar a los quince años.
Ella duerme, y yo canto sobre su lecho la canción de
sus besos a ruiseñores y alondras.
Al venir la noche el ruiseñor refresca su lírica gargan-
ta en la primera perla de rocío que me regala el sere-
no, y cuando amanece, la alondra viene a buscar en mi
corazón la dulzura con que ha de despertar a los hom-
bres del mundo vivo.
El graznido de un cuervo silenció la voz de la rosa que
se recogió en sus pétalos tímida e infantil.
Me postré entonces sobre la piedra, y con aquel len-
guaje que se habla a las flores, dejé a la doncella
muerta.
Duerme juvenilia, soñando en el amor que te encen-
dió el alma.
La tierra es un amado con labios de narcótico y carne
de pétalos.
De "Anuarí"
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