A la luz del sol, con aquella falda azul marino, sus esbeltas caderas parecían imperiosas y desconocidas, y ella era suya, y si a Hubert le hubieran dicho en aquel momento que Helena de Troya había vuelto a la tierra y se llamaba Rose, lo habría creído.
De "Una chica puede malograr su suerte"
incluido en "Las fuentes del afecto.
Cuentos dublineses"
No hay comentarios:
Publicar un comentario