Leyendo un libro de Virginia Woolf
Y es de nuevo domingo.
Y la tarde envejece,
y tiene un corazón lastimado de nombres,
herido de renuncias,
y un silencio despierto por anónimos pasos,
pulso gris de la casa.
Y estoy sola
y leo
un libro:
alma
que se desnuda,
que dice del recuerdo,
de la vida que pasa,
de los hombres que existen, a pesar de su historia;
de problemas y nimios sucedidos,
de cosas que, sin embargo,
ponen su temblor hacia el labio.
Y estoy sola,
y quisiera
que el teléfono hablara,
que hablaran los extraños,
que cruzaran imágenes,
las próximas y ausentes.
Imagen,
compañía,
voces que se entrelazan.
Y es domingo.
Y como siempre es tarde.
Debo negarle al llanto
su alivio de almohada,
su consuelo prohibido
por leyes de esta hora.
Y debo estar en pie,
desviar la mirada,
arrinconando el fácil peligro a la tristeza,
negándome a su astuta
maquinación,
su trampa.
Pero ya es noche. Escribo
—y estoy sola— y el mundo
gime. Existen calles, tráfico,
enamorados, gentes,
las ciudades.
Hay un hombre,
otro hombre,
más dolor,
risas, luces.
Hay crímenes, angustias.
Y chocan
por el aire palabras sin sentido.
Y estoy sola, es domingo.
Un cigarrillo ... , otro,
un contener las manos
que descubren, apresan la soledad.
Es la vida. Página densa, en blanco,
colmada,
rota,
sucia de barro;
alucinante,
limpia,
manancial, casi río.
Vida.
Ya no hay tarde. Es domingo,
y escucho
otra vez el silencio.
de la Antología general de poetisas españolas
Tomo III: De 1940 a 1975
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