Pasé la Segunda Guerra Mundial en una casa de campo, cuidando con cierta inquietud de las tierras de mi marido, una propiedad que nos enfrentó a problemas que hasta entonces no habíamos tenido, y haciendo pequeños trabajos literarios, con los que intenté (con una ambición que hoy me conmueve) que la gran calamidad fuera menos calamitosa. A una hora fija de la noche -no recuerdo la hora exacta-, me sentaba junto a la chimenea del salón y me tomaba la única ginebra con limón que me permitían nuestros suministros, escuchando a un traidor británico llamado William Joyce, que transmitía desde Alemania un boletín por medio del cual pretendía que los británicos dejaran de oponer resistencia a Hitler.
De "El significado de la traición"
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