No recuerdo un solo momento en el que no estuviera enamorada de ellos: de los propios libros, de las cubiertas, de la encuadernación y del papel en el que estuvieran impresos, de su olor y de su peso... Los cogía en brazos, como si los hubiese capturado, y los poseyera, y me los llevaba a un rincón. Aún analfabeta ya estaba lista para los libros, entregada a toda lectura que pudiera brindarles.
De "La palabra heredada"
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