6.5.16

Victoria Ocampo. Este reencuentro con una pasada sensación de felicidad...


Este reencuentro con una pasada sensación de felicidad (quizá imperceptible cuando la vivimos) ante las imágenes del Combray de Proust o de nuestros Combrays particulares (que se llamen Adrogué, Tigre o San Isidro) llegan a darnos algo semejante a la alegría de la certidumbre. Certidumbre de qué, nos preguntamos. Sin embargo así es y todos conocemos esos relámpagos de dicha inexplicable, como todos soñamos al dormir aunque algunos no lo recuerdan. El hallazgo inesperado de un olvidado instante de nuestra vida es como la pièce  à conviction (prueba justificatoria) de la inmortalidad de nuestras emociones, cuya súbita irrupción, aniquiladora del presente, hace que nos sintamos doblemente vivos, en comunicación con el pasado del que nos creíamos amputados para siempre. Queda establecida la comunicación con cosas y seres desvanecidos que de repente cobran una torrencial actualidad. Comprendemos que el silencio de todo esto se debe a nuestra incapacidad de abarcarlo simultáneamente. En sucesión, cuando una cosa borra a las otras nos es dado soportarla sin que estalle el corazón. Pero siempre están en nosotros, agazapadas en las tinieblas, y cuando inesperadamente surge alguna de ellas de la nada, traída a la superficie por la frasecita de la sonata de Vinteuil, o por el sabor de la "magdalena", a veces nos deleita, pero a veces nos aterra. Pues esos asaltos de la memoria no ofrecen forzosamente cada uno, el pasaporte visado para desembarcar en un islote de dicha momentánea. Ante el anuncio de la frasecita de la sonata, por ejemplo, sólo atinamos a taparnos los oídos y a gritarnos: "No escuches. Son los compases de la sonata y te morirás de nostalgia".


De "Proust"
En "Testimonios. Novena serie: 1971-1974"

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