4.7.16

Joy Harjo. La mujer que cuelga de la ventana del décimotercer piso

Esa es la mujer que cuelga de la ventana del décimotercero.
Sus manos están lívidas por aferrarse a la
moldura de concreto del monoblock. Ella
cuelga de la décimotercera ventana de Chicago Este.
con un remolino de pájaros sobre su cabeza. Podrían
ser un halo, una tormenta de vidrio esperando a vencerla.

Ella cree que se va a liberar

La mujer que cuelga de la ventana del décimotercero
de la zona este de Chicago no está sola.
Es una mujer de niños, del bebé, Carlos,
y de Margaret, y de Jimmy que es el mayor.
Es la hija para su madre y el hijo para su padre.
Es varios trozos repartidos entre los dos esposos
que ha tenido. Es todas las mujeres del
edificio que se detienen a mirarla, viéndose a sí mismas.

Cuando era joven, en cálidas habitaciones de madera
comía arroz silvestre en platos gastados de tanta cuchara hasta
dejarlos limpios. Fue en el lejano norte y entonces era bebé. La
mecían.

Mira el Lago Michigan besándose las orillas.
Es un vertiginoso agujero de agua y los ricos
viven en altas casas de cristal a sus bordes. En algunos
sitios el Lago Michigan habla suavemente; aquí, sólo
chisporrotea y embiste contra el asfalto. Ve
otros edificios como el suyo. Vea a otras
mujeres que cuelgan de las ventanas de los tantos pisos
contando el número de vidas en las palmas de sus manos
y en las palmas de las manos de sus hijos.

Ella es la mujer que cuelga de la ventana del décimotercero
sobre el lado indígena del pueblo. Su panza está fofa por
tantos partos, sus jeans gastados se caen de
su cintura, y después de sus pies, y después de su corazón.
Ella se balancea.

La mujer que cuelga de la ventana del décimotero escucha voces.
Vienen hacia ella de noche cuando las luces
empalidecen. A veces son pequeños gatos que maúllan y arañan
la puerta, a veces son la voz de su abuela,
y a veces son gigantescos hombres de luz que le susurran
para que se levante, se levante, se levante. Ahí es cuando quiere
tener otro bebé para aferrarse de él a la noche, para poder
volver a caer en los sueños.

Y la mujer que cuelga de la ventana del décimotero
escucha otras voces. Algunas gritan desde abajo
para que salte; la empujarían. Otras llaman suavemente
desde las veredas, recogen a sus niños como flores y los toman
en sus brazos. La ayudarían a ella, como a sí mismas.
Pero ella es la mujer que cuelga de la ventana del décimotercero,
y sabe que cuelga de sus propios dedos, su
propia piel, su propio hilo de indecisión.

Piensa en Carlos, Margaret y Jimmy.
Piensa en su padre, y en su madre.
Piensa en todas las mujeres que ha sido, en todos
los hombres. Piensa en el color de su piel, y
en las calles de Chicago, y en cascadas y pinos.
Piensa en las noches de luna, y en las frescas tormentas de primavera.
Su mente masculla como el neón y los bares del lado norte.
Piensa en las soledades de las 4 de la madrugada que la han envuelto
como la muerte, discordante, sin lógica ni
bella conclusión. Se le quiebran los dientes en los bordes.
Ella hablaría.

La mujer que cuelga de la ventana del décimotercero llora por
la belleza perdida de su propia vida. Ve el
sol ponerse al oeste de la planicie gris de Chicago.
Cree recordar el sonido de su propia vida al
soltarse, mientras cae de la ventana del décimotercero
en el este de Chicago, o mientras
sube trepando para reclamar de nuevo su ser.


En "De la nieve, los pájaros"
   

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