12.2.17

Anne Sexton. Los zapatos rojos

Estoy en la circular
en la ciudad muerta
y me ato los zapatos rojos.
Todo lo que estaba en calma
es mío: el reloj con una hormiga de manecilla,
los dedos del pie, alineados como perros,
la cocina mucho antes de que cociera tortugas.
La sala de estar, blanca en invierno, mucho antes que las moscas,
la gama echada en el musgo, mucho antes que la bala.
Yo me ato los zapatos rojos.

No son míos.
Son de mi madre.
Antes eran de su madre.
Pasados de una a otra como una reliquia
pero escondidos como cartas vergonzantes.
La casa y la calle a la que pertenecen,
están escondidas y todas las mujeres, también,
están escondidas.

Todas las muchachas
que llevan zapatos rojos,
cada una subió a un tren que nadie podía parar.
Estaciones pasaban volando como pretendientes
y no podían pararlos. Todas bailaban como truchas
en el anzuelo. Jugaron con ellas.
Se arrancaron las orejas como imperdibles.
Sus brazos cayeron y se hicieron sombreros.
Sus cabezas rodaron y cantaron calle abajo.
Y sus pies -Dios mío, sus pies en la plaza del mercado-,
sus pies, dos escarabajos, corrieron a la esquina
y siguieron bailando como si estuvieran orgullosos.
Seguro, así gritaba la gente,
seguro que son mecánicos. Si no...

Pero los pies continuaron.
Los pies no podían parar.
Se alzaron como una cobra que te mira.
Eran elásticos separándose en dos.
Eran islas en un terremoto.
Eran barcos colisionando y hundiéndose.
Tú y yo no somos aquí importantes.
Ellos obedecen.
No pueden detenerse.
Lo que hacían era la danza de la muerte.

Lo que ellos hicieron los reventó.



De "El libro de la locura"
En "Poesía completa"
   

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