28.2.17

Carson McCullers. Sobre Memorias de África de Isak Dinesen

Yo tenía una granja en África, al pie de las colinas del Ngong. El ecuador atravesaba aquellas tierras altas a un centenar de millas al norte, y la granja se asentaba a una altura de unos seis mil pies. Durante el día te sentías a una gran altitud, cerca del sol, las primeras horas de la mañana y las tardes eran límpidas y sosegadas, y las noches frías.
La situación geográfica y la altitud se combinaban para formar un paisaje único en el mundo. No era mi excesivo ni opulento; era el África destilada a seis mil pies de altura, como la intensa y refinada esencia de un continente. Los colores eran secos y quemados, como los colores en cerámica. Los árboles tenían un follaje luminoso y delicado, de estructura diferente a la de los árboles de Europa; no crecían en arco ni en cúpula, sino en capas horizontales, y su forma daba a los altos árboles solitarios un parecido con las palmeras, o un aire romántico y heroico, como barcos aparejados con las velas cargadas, y los linderos del bosque tenían una extraña apariencia, como si el bosque entero vibrase ligeramente. Las desnudas y retorcidas acacias crecían aquí y allá entre la hierba de las grandes praderas, y la hierba tenía un aroma como de tomillo y arrayán de los pantanos; en algunos lugares el olor era tan fuerte que escocía en las narices. Todas las flores que encontrabas en las praderas o entre las trepadoras y lianas de los bosques nativos eran diminutas, como flores de las dunas; tan solo en el mismísimo principio de las grandes lluvias crecía un cierto número de grandes y pesados lirios muy olorosos. Las panorámicas eran inmensamente vacías. Todo lo que se veía estaba hecho para la grandeza y la libertad, y poseía una inigualable nobleza.*


Habíamos empezado el viaje a primera hora de la tarde y yo estaba tan deslumbrada por la poesía y la verdad de aquel gran libro que cuando cayó la tarde seguí leyendo Memorias de África con la luz de una linterna. No cesaba de pensar que tanta belleza y verdad no podían durar, pero página tras página me cautivaban más. Al final del libro supe de Isak Dinesen había escrito una hermosa elegía en honor del continente africano. Sentí la sublime seguridad que un grandísimo escritor consigue dar a un lector. Con su simplicidad e «inigualable nobleza» tomé conciencia de que aquel era uno de los libros mas esplendorosos que había leído en mi vida.


*Memorias de África de Isak Dinesen



De "Isak Dinesen: En alabanza del esplendor"
En "El Mudo y otros textos"
    

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