5.2.17

Marianne Moore. Cuando compro cuadros

o -mejor dicho-
cuando contemplo aquello de lo que me puedo imaginar dueña,
prefiero lo que podría darme placer en cualquier momento:
la sátira sobre la curiosidad en la que sólo es discernible
la fuerza anímica;
o, justo lo contrario, la antigüedad, la sombrerera con adornos medievales,
en la que se ven sabuesos con cinturas que se estrechan como la del reloj de arena,
ciervos, aves y gente sentada.
Puede ser simplemente una losa, tal vez la biografía literal
(con letras espaciadas, sobre una especie de pergamino),
una alcachofa con seis tonos azules, el tripartito jeroglífico con patas de agachadiza,
la cerca de plata que protege la tumba de Adán o Miguel cogiendo a Adán por la muñeca.
El énfasis intelectual demasiado estricto sobre tal o cual cualidad merma el placer.
No debe pretender desarmar nada; ni tampoco debe honrarse a la ligera el éxito generalizado,
aquello que es grande porque otra cosa es pequeña.
En conclusión: sea lo que fuere,
debe estar "iluminado por miradas penetrantes en la vida de las cosas",
debe reconocer las fuerzas espirituales que lo crearon.


De "Poesía reunida"
    

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