al acabarse el día no surque más el cielo;
apiádate de mí no por las bellezas muertas
en prado y espesura según avanza el año;
apiádate de mí no por la mengua de la luna,
ni porque baje la marea perdiéndose en el mar,
o se acalle temprano el deseo de un hombre
y dejes tú de mirarme con amor en los ojos.
Esto siempre he sabido: que el amor no es más
que la abierta flor que el viento embiste,
que la gran marea que pisa la cambiante costa,
esparciendo naufragios que reunió en la tormenta:
apiádate de mí porque el corazón es lento
en aprender lo que la mente contempla a cada instante.
En "Un palacio en la arena"
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