7.2.18

Delphine de Vigan. Las horas subterráneas

La voz atraviesa el sueño, oscila en la superficie. La mujer acaricia las cartas vueltas sobre la mesa, repite varias veces, con ese tono de certeza: "El 20 de mayo, su vida va a cambiar".
Mathilde no sabe si está todavía dentro del sueño o ya en la jornada que empieza, echa un vistazo a la hora de la radio despertador: son las cuatro de la mañana.
Lo ha soñado. Ha soñado con esa mujer que visitó hace algunas semanas, una vidente, sí, eso es, sin chal ni bola de cristal, pero una vidente a pesar de todo. Cruzó todo París en metro, se sentó detrás del espeso cortinaje, en los bajos de un edificio del distrito dieciséis, le dio ciento cincuenta euros para que le leyese la mano e interpretase las cifras relacionadas con su vida, fue porque no tenía nada más, ni un rayo de luz hacia el que dirigirse, ni un verbo que conjugar, ni la perspectiva de un después. Fue porque a algo hay que agarrarse.


Principio de "Las horas subterráneas"
    

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