10.4.18

Isak Dinesen. Ngong, 11-8-1917

Créeme, madrecita, me doy cuenta de que "una madre es una mártir", pero por eso precisamente se la ama por encima de lo humano. Nunca jamás olvidaré lo que era para mí poder dejar en tus manos toda la inquietud y todo el dolor que me acuciaban; y entonces, de pronto, desaparecían, como cuando una, de pequeña, había roto una taza. Es un milagro que nadie, lo que se dice nadie más que tú podía hacer, ninguna otra persona, aun cuando fuera la más prudente y la más sabia del mundo, puede iluminar su rostro mirándome y darme paz, sólo tú, y sé que cuando regrese a tus brazos volverá todo a ser igual de infinitamente feliz. Regresar a los brazos de una madre y ser recibida en ellos es el mismo milagro eterno y natural que cuando florece el bosque todos los años; la tierra, abierta y desolada, donde soplan todos los vientos contra una, se ahueca súbitamente en bóveda, a modo de refugio, como un cobijo, y todo, al mismo tiempo, libre y vivo y fresco, se inclina sobre mí como para bendecirme, y por ese camino marcha una bajo una bendición permanente...


De una carta a Ingeborg Dinesen
en el libro "Cartas de África"
        

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