Planeé mi muerte con esmero, no así mi vida, la cual, a pesar de mis débiles intentos por controlarla, iba sin propósito fijo de una cosa a otra. Mi vida tendía a disgregarse, a perder fuerza, a formar volutas y guirnaldas como el marco de un espejo barroco, a consecuencia de seguir la ley del mínimo esfuerzo. Por el contrario, quise que mi muerte fuese ordenada y simple, comedida, incluso algo sobria, como una iglesia cuáquera o el imprescindible traje negro con un collar de perlas de una vuelta que tanto ensalzaban las revistas de moda cuando tenía quince años. En esta ocasión, nada de trompetas, ni megáfonos, ni lentejuelas, ni cabos sueltos. Se trataba de desaparecer sin dejar rastro alguno detrás de mí, sólo la sombra de un cadáver, una sombra que todo el mundo confundiría con la firme realidad. Al principio pensé que lo había conseguido.
Principio de "Doña Oráculo"
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