29.6.18

Constanza Ossorio. Salmo LXIV

A ti, Dios, en Sión den alabanzas
tus queridos devotos;
los que en Jerusalén oh rey! alcanzas
también te rindan votos.
Y entre unos y otros yo te pido,
dando al alma trasiegos,
que inclines tu amoroso y fiel oído
a mis humildes ruegos.
Pues a ti solo todos los mortales
van a pedir remedio
de sus crueles y incurables males
como a su único medio.
Contra nosotros han prevalecido
las palabras dañosas
de nuestros enemigos, y han vencido
sus lenguas venenosas.
Si desto causa han sido los pecados
que habemos cometido,
de tu piedad seremos perdonados,
cual siempre lo hemos sido.
Porque es dichoso y bienaventurado
aquel que Tú recibes,
y por mil siglos vive coronado
adonde Tú resides.
Que es tu sagrado templo donde hay bienes
y premios de honra y gloria;
allí tu mano coronó sus sienes
con triunfos de victoria.
Dando con igualdad a cada uno
el premio que merece,
quedando de honra y gloria siempre ayuno
el que el mundo engrandece.
A los que somos tuyos, salud nuestra,
óyenos del altura,
y muestra en nuestra ayuda tu gran diestra,
oh mi esperanza pura!
que aunque al fin de la mar y de las tierras
esté de ti apartado,
me aparejas los montes y las sierras
que sirven de collado,
donde con tu poder y fortaleza,
mientras el mar se altera,
me ciñen de valor y de firmeza,
guardando mi fe entera.
Viendo tu gran saber y tus señales
las gentes te temieron,
y aunque eran enemigos capitales,
tu poder conocieron.
Que alegras y entristeces cuando quieres,
que ordenas noche y día,
que sanas y das vida, matas, hieres,
que eres del alma guía.
Y para encaminarla a tu alto cielo
visitaste la tierra,
dejando enriquecido nuestro suelo
del bien que en ti se encierra.
El río caudaloso y de contento
del tesoro del Padre,
para dar a las almas su sustento
nació de Virgen madre.
Y los demás arroyos se enriquecen
de peces nadadores;
las plantas y las flores reverdecen
y respiran olores.
Con tu rocío manso y amoroso
se alegran los sembrados,
y crece el trigo grueso y espigoso
en los verdes collados.
Y viéndolo tan fértil y abundoso
tu bendición le echaste
benigno, afable y misericordioso,
que en verlo te alegraste.
Los campos ya desiertos y agostados
primaveras parecen,
y en los cerros más altos y empinados
la rosa y clavel crecen.
Y las ovejas mansas parideras,
con los demás ganados,
pacen la fresca hierba en las riberas,
de gozo rodeados.
Y todos con balidos, brincos, danzas,
se dan mil alabanzas.


En la "Antología de poetas españolas.
De la generación del 27 al siglo XV"
     

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