Tras la declaración oficial y mi consentimiento, Gilbert me hizo llegar una carta a través del mismo mensajero. Nada que objetar, en apariencia. Venía escrita en un precioso papel azul. Sin manchurrones. Sin renglones torcidos. De estar en un cuadernillo escolar, incluso la maestra más dura del mundo habría sentenciado: "Caligrafía excelente". Me dispuse a leerla. El corazón amenazaba con salírseme del pecho. Las primeras líneas bastaron para echarle el freno: "Maryse de mi alma y de mi corazón, cuando miro tus hermosos ojos azules...".
Lo habría leído mal. Ojos azules? Yo? Fui corriendo al cuarto de baño y me miré en el espejo. No cabía duda: tenía los ojos de color castaño. Castaño oscuro. Casi negro. Volví a mi habitación y me senté en la cama. No sabía que pensar. Era como leer una carta dirigida a otra persona.
De "The bluest eye"
en el libro "Corazón que ríe, corazón que llora"
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