Tatiana
A mi madre le gustaba afirmar que descendía directamente de Gengis Kan. Después de manifestar que una octava parte de su sangre era tártara y sólo las otras siete eran de "ruso común", con un desparpajo que nadie más podría haber mostrado, dejaba caer unos cuantos nombres en la cronología de nuestro linaje: Kublai Kan, Tamerlán y, por fin, Babur, el gran monarca mongol, de cuya concubina favorita, de la etnia kirghiz, descendía su tatarabuela; y voilà, nuestra ascendencia quedaba establecida.
No se le podía haber discutido esta cuestión, porque, en su búsqueda de cierto efecto dramático, Tatiana du Plessix Liberman habría hecho recaer toda la historia de la humanidad sobre su cabeza. Además, nadie se habría arriesgado a enfrentarse a ella: en sus mejores tiempos medía un metro ochenta y pesaba sesenta y cuatro kilos, y la majestuosidad de su presencia, con los ojos miopes, de color avellana, verdaderamente asiáticos, que clavaban una mirada despiadadamente crítica a través de sus gafas bifocales tintadas de azul, tenía el impacto psicológico de un spray de pimienta.
Principio de "Ellos"
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