Del arte. Río de Janeiro, 1941
Hacia ti, queridísima, mis brazos
como tú los pintaste, se dilatan,
como dos blancas ramas que, del tronco,
se alargan contra el viento del olvido.
Mis manos van a tus delgadas manos
que ignoran el carnal, curvo abandono,
que atraviesan la vida y sus anhelos
con la pura dureza de las alas.
Voy a buscarte para que escapemos
a nuestro mundo o elemento amigo,
sueltan nuestra melena y nuestras colas
surcando los albures de la espuma.
Mientras los otros van contra las piedras
a mellarse las uñas y se frotan
los ojos con trabajo, en su trabajo
de menudas hormigas roedoras,
eternamente vírgenes, ligeras;
enlazadas del talle, cruzaremos
océanos de sueños y canciones,
como el invierno aquel te acuerdas? Daba
tu cuarto triste la pequeña calle
cuando tu blanco seno aparecía
iluminando con su luz sagrada:
tú apenas comprendías el milagro,
pero tu sangre abría un cauce nuevo.
Y así, eras toda tú, tal como un vaso
que de infantil esencia rebosase,
la que tu cuerpo dio como prodigio,
la que a tu lápiz lleva de la mano,
la que en tu voz pequeña juguetea:
condena celestial, que te señala.
(De Versos prohibidos, 1978)
En la antología "Poesía soy yo"
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