Hay poca alegría en la vida para mí,
y poco terror en la tumba:
he vivido para ver la hora del adiós
de aquella que yo habría muerto por salvar;
para contemplar con calma que le faltaba el aliento,
deseando que cada gemido fuera el último,
anhelando ver la sombra de la muerte
caer sobre esas amadas facciones:
la nube, la quietud que me privaría
de lo que más quería en esta vida;
para darle luego gracias a Dios de corazón,
darle gracias seria y fervientemente.
Aunque yo sabía que habíamos perdido
la esperanza y la gloria de nuestra vida
y ahora, ignorante, sacudida por la tempestad,
deba soportar a solas la fatigosa lucha.
En el libro "Poemas de Currer Bell"
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