11.10.19

Emma Goldman. En reconocimiento

Saint-Tropez, Francia
Enero de 1931

Apenas había yo comenzado a vivir ya me sugerían que escribieran mis memorias y siguieron haciéndolo durante años y años, pero nunca presté atención a la propuesta. Vivía mi vida con intensidad, qué necesidad tenía de escribir sobre ella? Otra razón para mí reticencia era la convicción de que solo debe escribirse sobre la vida cuando ya no se está en medio de su corriente. "Cuando se alcanza una edad filosófica" -solía decirles a mis amigos-, "capaz de contemplar las tragedias y las comedias de la vida de manera impersonal y distante, en especial las de la propia vida, es posible crear una autobiografía que merezca la pena". Como aún me sentía joven y adolescente a pesar de mi avanzada edad, no me juzgaba competente para emprender esa tarea. Además, nunca tenía el tiempo necesario que requiere concentrarse en la escritura.
Mi forzosa inactividad europea me dejó tiempo para leer muchísimo, incluyendo biografías y autobiografías. Descubrí con gran desconcierto que la vejez, lejos de ofrecer sabiduría, madurez y sosiego, suele ser fuente de senilidad, estrechez de miras y rencores. No podía arriesgarme a esa calamidad y empecé a pensar seriamente en escribir mi vida.


En la introducción al libro "Viviendo mi vida. Volumen I"
    

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