Por un momento, bajo la dura luz del norte, oscurecida por las largas sombras de las montañas, percibió la vida como una lúgubre cadena de consecuencias en la que nada se perdía, se olvidaba, se perdonaba ni se redimía, en la que el pasado era inalterable y el presente se le escapaba (contrariamente a lo que le dictaba su instinto, es decir, que el pasado podía cambiarse y las acciones, como las palabras, podían "retirarse"). Casi gritó de dolor cuando sintió el mordisco de aquella verdad inadmisible y comprendió que, literalmente, resultaba imposible borrar los acontecimientos de la media hora anterior. Solo había experimentado aquella impotencia, culpa y desolación en sus pesadillas y. como, por supuesto, siempre acababa por despertarse, había considerado, erróneamente, que el mal no era más que un sueño. Por primera vez, su naturaleza impulsiva y cándida se encontraba a solas en un clima frío e indolente en el que no bastaba con decir "Te he estropeado la mañana" para rebatir la verdad de que, efectivamente, así había sido.
De "El oasis"
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