"Cuando asedien tu faz cuarenta inviernos...", dijo el poeta. Dijeron todos los poetas. Lo escribieron con sus plumas afiladas (sangre, saliva, tinta) al dirigirse a aquellas mujeres que se habían convertido en sus musas, intocables para los demás; en ocasiones, eran tan sólo "imágenes", como una Virgen católica, como una diosa pagana, imágenes a las que adorar y a las que dirigir lo que siempre necesita destinatario: las palabras; otras veces, esas mujeres eran sólo un espejismo de belleza intangible y falsamente cubierto de oro. O mejor dicho: imágenes cubiertas de oropel. "Así no son realmente las mujeres", escribí yo misma en una carta de despedida que nunca envié.
Todas las mujeres son bellas, extrañas y resistentes como la flor del edelweiss allá en lo alto. Supervivientes a los cuarenta años, no envejecen, sólo maduran.
Principio de "Cuando asedien tu faz cuarenta inviernos"
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