Adoro lo que cambia, engaña y huye.
Mi risa es inconstante como lo es la fortuna
y miento porque soy la hija de la noche.
La noche reconoce en mí a su tierna hija.
Me hace entrar en los bosques soñolientos,
me concede un oído sutil para escuchar,
como en un sueño claro, los pasos enemigos.
Me fue la noche siempre magnánima y clemente.
De ella aprendí los negros caminos de la huida
y el ruido de mis pasos amortiguó en la menta
cuya sombra es tan suave como un recuerdo leve.
Obtuve de ella un dulce desprecio a lo apremiante,
la mirada que esquiva, el sacro horror al ruido.
Así saciada adoro yo a mi diosa,
perfecta, incognoscible y negra Noche.
De "Estelas"
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