Bajé sola al jardín, con mi cola blanca echada encima del brazo. La fatiga de una jornada que empezó temprano, tras una noche sacrificada a la ensoñación despierta, empezaba a apoderarse de mí.
Mi matrimonio había sido una boda muy modesta. Un comerciante de madera de la región, M. N...., su mujer y su hija; los dos testigos del novio, Adolphe Houdard y Pierre Veber. No hubo misa: una sencilla bendición a las cuatro de la tarde. A las cinco, Sido descansaba en momento, envarada en su traje de faya con racimos de azabache. Tenía la tez encendida, como cuando le sucedía cada vez que se sentía desgraciada e intentaba ocultarlo. Mi padre, en su butaca, leía La revue beue, y Pierre Veber y Houdard, con mi hermanito, se fueron a jugar a billar en las profundidades de una pequeña taberna vecina, oscura y fresca.
Principio de "Nupcias"
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