A mi alrededor una crisálida y su blanca tela
de silencio.
El sueño invernal ha robado mi cuerpo conocido
y a cambio
me ha dado los cuentos sombríos de nuevos sueños.
Lo más seguro: asegurarse
seguridad.
Tras las paredes encaladas de la casa cierro la puerta
cuando me baño, tapo con algodones
el ojo de la cerradura.
El tiempo no se queda parado.
Mi cuerpo desnudo empieza a parecerse
a la imagen de un cuerpo
que vi por casualidad en una revista pegajosa en el bosque.
La nariz no se corresponde con los ojos,
ni los ojos con la boca, los dientes son demasiado grandes
si sonrío.
Los brazos y las piernas no conocen el sentido de la orientación,
no se mueven a la vez que el cuerpo.
Cambia de ropa constantemente, se aleja
de miradas curiosas
que me trasladan al interior
de lo incierto.
En las fotos borro mi cara
con tinta china.
El cuerpo que veo
es el mismo pero diferente.
La cara que observo
no es mía-
sigo sin saber
qué es mío.
Me río a voces o de pronto sollozo
sin saber por qué lloro.
No soy ni esto ni lo otro, soy espera infinita
en lo oculto.
Miro fijamente un día de verano
dentro del tumultuoso espejo de la casa,
como si una verdad
al fin flameante pudiera quitarse allí la careta.
De "Sol de salamandra"
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